El lunes me apunté al gimnasio. Cómo olvidar ese día... El lunes. El día de mi vuelta al gimnasio. O al gym, como lo solemos llamar aquellos que pagamos matrícula y caemos en sus redes.
Había intentado prolongar la vuelta al gimnasio con mil excusas pero se acabaron y allí estaba yo, monedero en mano pagando el mes. Un mes de condena. Pago mes a mes porque así me aseguro de que si bajo a pagar es porque voy a seguir bajando. Si no tengo ganas ni siquiera de bajar a pagar es que ese mes no voy a tener muchas ganas de ir.
Después del buen soplo de pelas (deberían pagarme por ir), directa a la sala de aeróbico. Elige: cinta para correr, step, remo, o bici. Elijo bici. Al menos estoy sentada. Eso de pedalear sin moverme del sitio, sin desplazarme, me parece carente de sentido. Lo normal es hacer esfuerzo para algo. He pensado que deberían usar nuestro esfuerzo al menos para iluminar el gimnasio... digo gym (que se me olvidaba que ya he pagado la matrícula...) así sentiría que genero energía útil.
Pues ahí estoy yo, pedaleando, mirando al reloj, mirando la tele, mirando al reloj, mirando al espejo, mirando al reloj, mirando al de al lado, mirando al del otro lado, mirando al reloj... y el reloj que no avanza y yo que estaba hasta la coronilla de pedalear. Diez minutos de bici. A los cinco ya no siento las piernas. Y el reloj cada vez más lento.
"Quizás si pedaleo más rápido, como tengo las piernas dormidas, dejaré de sentirlas y al bajar el ritmo sentiré cómo van descansando y me costará menos llegar a los diez minutos..." Este pensamiento es la prueba de que el pedalear hace que la sangre deje de regar el cerebro para regar las piernas con la consiguiente pérdida de actividad de las neuronas.
A los ocho minutos, y estando hasta el moño, me bajo de la bici. No porque me raje; es que necesito comprobar que aún tengo piernas y que sostienen mi cuerpo en posición de firme.
Comienzo a subir las escaleras que me llevan a la sala de torturas. Pues sí, es cierto. No me siento las piernas.
Distingo a lo lejos al monitor. Me acerco y con una sonrisa le digo: " Jeje, llevo tres meses sin venir por causas varias..." a lo que me contesta "sí, ya...". Traducción de la conversación: "He intentado escaquearme del gimnasio pero ya no me quedan excusas para no volver y el verano se acerca." a lo que me contesta: "como todos... a ver lo que duras tú esta vez..."
Como estoy un poco oxidada (creo que lo nota en mi temblor de piernas y mi cara sofocada) me manda hacer un circuito.
"Una serie de 10 repeticiones de cada uno vale para empezar, verdad?"
pregunto toda inocente "porchicuela".
"No, tres series de 10 repeticiones".
Me dirijo a la primera máquina cuando oigo: "No, empieza por las abdominales". No! Abdominales! Esa palabra... En realidad se llamaban "abominables" pero cuando inventaron el término "gym" sacaron el término "abdominales" todo para hacerlo más atractivo pero sigue siendo lo mismo pero con distinto nombre.
No hay escapatoria. Son muchos años de monitor de gimnasio y de tener fichada a la gente que se quiere hacer la longuis con las abdominales. Así que allí estoy yo, con cuarenta euros menos en el bolsillo, sin sentirme las piernas, tumbada en la colchoneta, y haciendo las abdominales. "Como es el primer día y el monitor está despistado me hago la mitad". Da igual. No habría podido hacer más. Casi tengo que pedir que me levanten de la colchoneta porque ya sólo no me sentía las piernas sino que tenía un intenso dolor en la parte media del cuerpo.
Y ahora las máquinas. Piernas, pecho, hombro, espalda, biceps, triceps... De mi casa salí toda lozana y al volver volví hecha un trapo. Ya lo decían: "para estar guapa hay que sufrir".
1 comentario:
Es que tienes que rebajar peso. Estás tan gorda que no puedes contigo misma, por eso te cansas.
Y tus películas para no bajarte de la bici me recuerdan a las que me monto yo...
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