Última semana de agosto. Fiestas en mi pueblo. Atracciones de feria. Y de entre todas ellas... el Sapo. Ha habido un antes y un después de aquella noche...
El Sapo es una atracción de feria en la que la gente, sentada de tres en tres en vagonetillas, se pasa cinco minutos dando vueltas, subiendo y bajando a modo de saltos. No sé si la dinámica del cacharro será igual en todas las ferias pero en mi pueblo se saltaba hacia adelante, luego había una parada y salto en el sitio y después se seguía saltando hacia atrás para luego volver a saltar hacia adelante. Pues eso. Casi cinco minutos de salto.
Visto desde el suelo, la atracción no parecía que fuera para tanto. La gente parecía incluso aburrida de tanto salto y sin poca emoción. "Nos subimos, no nos subimos", "A que no hay valor", "Yo no seré la que se raje" .... Compramos los tickets. Y nos los guardamos en los bolsillos. Realmente no había valor.
Nuevo pique y al final pensando (más bien pensando yo) que la cosa no era para tanto decidimos montarnos mi hermana, mi primo y yo.
Fue al verme subida en la vagonetilla, con el seguro echado, cuando me empecé a dar cuenta del error que había cometido. Pero ya era tarde para echarme atrás y además asomó un orgullo que me impidió rajarme en el último momento...
Pero cuando eso empezó a moverse... Y empezó a subir... Y empezó a bajar... Y mi estómago hizo el mismo movimiento... Yo empecé a gritar.
Al principio me sentí acompañada con algún grito más pero luego me quedé sola. Instintivamente me agarré con las dos manos a la barra como si me fuera la vida en ello, cerré los ojos y empecé a gritar al ritmo de los saltos del sapito.
Poco a poco y debido al giro, mi hermana que era la que más al interior iba, comenzó a desplazarse hacia mi lado. Aunque yo iba agarrada a dos manos a la barra, no pude evitar desplazarme hacia mi izquierda y al final los tres nos fuimos apretujando en el lado exterior.
Mi primo era el que más al borde iba, así que comenzamos a aplastarle. El pobre gritaba: "Duele, duele!!" pero poco se podía hacer para evitarlo. Lo malo de ir apretujados no era sólo el dolor de ir unos encima de otros sino que mis gritos se oían más cerca del oído cada vez...
El tiempo pasa lento, muy lento, cuando quieres que algo se acabe. Y yo gritaba y gritaba y la boca se me secó de llevarla abierta con el viento de cara. Y aquello seguía dando vueltas, y luego paró y empezaron los saltos en el sitio.
Aprovechando el parón del giro intentamos recolocarnos para dejar de aplastarnos. Como pude, y mientras seguía agarrada a dos manos a la barra y con los ojos cerrados, entre grito y grito intenté recuperar mi posición central en la vagonetilla. Y el giro comenzó de nuevo. Y con él las risas de los demás... Y con ellas mis gritos.
Mi hermana y mi primo me animaban a soltarme de la barra y llevar los brazos en alto como llevaban ellos... Y el resto de gente en la atracción... Casi les araño. Allí, hecha una bola y agarrada a la barra con los ojos cerrados suplicaba que aquello acabara pero aún quedaban las vueltas hacia atrás.
Y fue cuando me di cuenta de que me escurría por debajo de la barra. Intenté recolocarme pero allí no había quien permaneciera en su posición elegida. Así que me centré en agarrarme todo lo más fuerte que pudiera a la barra, seguir gritando con los ojos cerrados y suplicando en silencio que aquello se parara.
Y aquello paró. Pero yo sabía que aún quedaban los saltos en el sitio de nuevo y el giro hacia adelante. Y para entretenerme empecé a contar los saltos que daba, acompañándolos de un grito.
Lo menos conté quince...
Cuando la cosa dejó de dar vueltas y la barra nos dejó libres, salí echando pestes de aquella cosa infernal, mientras a duras penas intentaba caminar apoyándome en mis temblorosas piernas. Lo malo es que además de aguantar el viajecito tuve que aguantar las risas burlonas de mis acompañantes, ya en tierra.
Y no sólo eso. Una semana después aún tenía agujetas en los brazos de agarrarme a la barra, el dolor de trasero y caderas, y las agujetas en las piernas. Menos mal que la contractura de un lado de la espalda y el dolor en el otro lado desaparecieron a los cuatro días. El moratón del pie (al que aún no encuentro explicación) aún me acompaña.
Condenado sapo...
3 comentarios:
¡Yo quiero montar contigo en las ferias! ¡A poder ser, en el Sapo!
Vale, mientras no lo pongan en marcha. Aún así, llévate tapones...
Juas, yo tengo un recuerdo similar de hace años. En mi caso era un canguro y no un sapo, y el que iba en el asiento más externo era yo, así que lo que recuerdo sobre todo es la sensación de ir más y más aplastado a medida que pasaban los minutos. Fue la primera y última vez que monté en aquel cacharro... :)
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