De primeras me lancé a la aventura del teatro. De pequeña lo había intentado y la profesora me animó a dejarlo porque no me veía con potencial. Yo me apunté durante el bachillerato con la intención de superar mi timidez y que me enseñaran a interpretar pero la profesora esperaba ver a una actriz en mi y se desesperó al no ver ni de lejos que lo pudiera llegar a ser.
Este año quería romper, quería hacer cosas que nunca hubiera hecho, quería sentir que valía para lo que me propusiera y me lancé al teatro como asignatura pendiente que tenía. El primer día en el taller de teatro fue intenso. Había que improvisar. Nada más llegar me proponían distintos personajes en distintas situaciones y en unos minutos tenía que inventarme una pequeña interpretación, salir delante del resto de alumnos e interpretarlo venciendo complejos o miedos.
Al principio me temblaban las piernas, tenía el miedo de "qué pensarán", "lo haré mal", "no se me ocurre nada", "me quedaré en blanco"... Llegué a mi casa con dolor de cabeza de la tensión que me supuso aquella situación. Pero no estaba dispuesta a desistir.
En la segunda clase los nervios eran menos pero estaban allí. No disfrutaba de las clases, para mi eran un reto. Era resolver problemas que se me presentaban y tenía que salir como pudiera de ellos, sin pensarlo mucho. Tenía que interpretar... Cuanto antes saliera delante de los compañeros e hiciera lo que fuera, antes me podría sentar y volver a ser anónima en la clase.
Y poco a poco, clase tras clase, me empezó a gustar. Me sentí genial. Al final sólo tenía ganas de que plantearan el ejercicio y ser la primera en salir a interpretar porque las ideas me fluían sin cesar.
Y he descubierto que soy una yonkie de la interpretación.
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