Son las seis y media de la mañana. Como todas las mañanas me levanto temprano para correr. Pero no para correr por la calle o en el gimnasio. No. Yo corro por mi casa, de un lado para otro. Y no con la sana intención de mejorar mi ritmo cardíaco sino bajo el estrés que supone ver que el reloj avanza y que llego tarde a currar. Y después de las carreras por mi casa, continúo las carreras por la calle. Resulta paradójico que alguien corra a las siete y cuarto de la mañana para no llegar tarde. ¡A las siete y cuarto de la mañana! ¿Se puede llegar tarde a algún sitio a las siete y cuarto de la mañana? ¿Es que hay sitios abiertos a las siete y cuarto de la mañana a los que poder llegar tarde? Pues sí, y yo conozco uno: mi curro.
Pero volvamos a las seis y media de la mañana de hoy. Mi frenética carrera se vio interrumpida ante la portada de un suplemento dominical de salud que presentaba una foto en negro, con unas líneas blancas y un punto blanco en el centro. Me llamó la atención e interrumpí mi carrera.
Bajo la fotografía un titular: "LA PRUEBA DE LA REJILLA"
¿La prueba de la rejilla? ¿Será algún crucigrama? ¿Será algún juego curioso? ¿Algo para recortar y echarme unas risas en el curro? Hummm, con eso triunfaría...
Seguí leyendo: "Si usted ve torcidas las líneas interiores de esta cuadrícula debería acudir al oftalmólogo, pues puede ser síntoma de una enfermedad degenerativa..."
Un escalofrío recorrió mi espalda. Yo que me imaginaba toda feliz, llevando la cuadrícula al curro, echándome unas risas con los compis, me empecé a imaginar llegando cabizbaja y afligida, con el recorte en la mano y asegurando que tenía una enfermedad degenerativa que hasta ahora no había notado. Esa misma tarde tendría que ir al médico para pedir cita para el oftalmólogo alegando que yo veía torcidas las líneas. El médico, con la cara desencajada, no sabría cómo ayudarme a afrontar aquello. Las pruebas eran irrefutables. No veía las líneas rectas.
Temblando al ser consciente de lo mal que empezaba el día tuve el valor de mirar la cuadrícula. Antes de hacerlo intenté asumir la manera en la que mi futuro podía cambiar y con resignación inspeccioné la cuadrícula. Ante mi asombro las veía rectas. Super-rectas. Completamente rectas. Miré y remiré, desde lejos, desde cerca, de lado, de medio lado, de lado y medio... Seguían siendo rectas. Recobré la respiración. "Tengo la vista bien, tengo la vista bien!" Hala pues a correr que ya no tengo la excusa del diagnóstico de la enfermedad degenerativa para llegar tarde al curro.
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