lunes, 19 de noviembre de 2007
Otra vez lunes...
Hoy ha sido un lunes como otro cualquiera si no hubiera sido por algunos detalles. Ha bajado la temperatura. No es que me queje de frío. Me quejo de congelación. Este año estábamos teniendo muy buen tiempo y, de repente, esta mañana hacía un frío que pelaba. Probablemente durante el fin de semana haya ido empeorando progresivamente pero para mi no cuenta porque he estado al calorcito de la calefacción debido a mi constipado. La bofetada de aire frío de esta mañana me ha despertado más de lo que hubiera querido... Siete y cuarto de la mañana, camino del curro, parada de autobús en una carretera. Todo el aire frío para mi. Bueno, para mi y para los que estaban en la parada esperando el bus. Plúmax, guantes, botas, bufanda... Pies helados, manos frías. Un día de estos la selección de Darwin me tacha de individuo poco adaptado al ambiente y se ensaña conmigo. Por ahora me está haciendo la vista gorda. Y cómo no. Cuando más ganas tienes de que venga el bus más tarda. Hoy ha llegado diez minutos tarde. Que a fin de cuentas no es nada pero ¿por qué decide llegar tarde ese día en el que hace más frío y en el que más ganas tienes de que venga? ¡Que venga tarde un día de verano en el que ver amanecer en la parada es toda una experiencia pero no un día en el que estás esquivando el dedo amenazador de Darwin! Al fin ha llegado y con él el calorcito de la calefacción. El ser humano ha metido la pata muchas veces a lo largo de la historia pero también ha tenido ideas brillantes como el que inventó la silla y el que inventó la calefacción. Entrar en ese autobús y sentarse en ese asiento al calorcito de la calefacción es la mejor manera de hacerle un corte de mangas a la selección natural. Sentir la circulación de nuevo en las manos, notar el movimiento de los dedillos de los pies. Una sensación agradable mientras dura porque suele durar poco. Cuando ya está el cuerpo a una temperatura razonable llega la hora de bajarse y volver a recibir el bofetón del frío. "¡No, no! ¡No quiero bajar!" Pero no queda otra más que apresurarse en alcanzar el edificio lo más rápido posible. Cuando llegué a mi sitio decidí dejarme puesto plúmax, guantes, botas, bufanda... todo el equipo al completo. Tenía que mantener el poco calorcillo que había conseguido preservar del viaje en autobús. Al poco tuve la sensación de que no sólo no estaba preservando nada sino que me estaba helando más todavía. Fue cuando descubrí que la calefacción no funcionaba y que la temperatura era de 14º. "¡No! ¡Quiero volver al autobús!" Ya era tarde. Otros estarían disfrutándolo. Y así me he pasado un par de horas, las que han tardado en arreglar la calefacción del edificio inteligente (a cualquiera llaman inteligente ahora...), embutida en el plúmax y tecleando con guantes y arrepintiéndome de la venganza de Darwin por mi corte de mangas. Después de comer, con la calefacción ya arreglada, la temperatura había subido hasta límites insospechados. Y con tanta calor, una sed... Y en la bandeja del outlook un mail para informarnos de que ha habido una avería muy grave y que nos hemos quedado sin agua por lo menos durante una semana, que estamos tirando de circuito interior, que tengamos cuidado que puede acabarse. Miro el reloj y es la hora de la siesta. Deberían permitir que nos echáramos un sueñecito y así dejáramos de quejarnos de la temperatura y de sentir sed.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario