sábado, 24 de noviembre de 2007
Llegar tarde a una cita
"A las nueve en la Puerta del Sol". El reloj marca las nueve menos cinco. Aún estoy tratando de recuperar el aliento. He venido a paso rápido porque pensaba que llegaba tarde y al final hasta me ha sobrado tiempo. Vaya carreritas que me he dado. Primero para coger el autobús: unas veces llega tarde y otras me adelanta camino de la parada. Hoy me he marcado una carrera con el autobús por alcanzar la parada antes que él y me he dado cuenta de lo oxidada que estoy. Voy a tener que empezar a hacer footing un día de estos. Tengo que entrenarme duro para rendir en las carreras contra el autobús. A la vez que corría, buscaba con la mirada la del conductor llamando a su compasión y esperando que redujera la marcha y me diera un poco de ventaja pero me he tenido que marcar un sprint. Y ha sido la única carrera que se ha marcado el del autobús porque una vez que me he subido ha reducido la marcha y ha ido pisando huevos todo el camino. No sólo los motocarros nos adelantaban; es que hasta la gente andando nos saludaba mirando hacia atrás cuando nos rebasaba. Y es que se podían poner de acuerdo el del autobús con el reloj. La velocidad debería ser un parámetro universal: si el reloj corre, el autobús corre pero esto no se suele cumplir. Aún más cuando se tiene prisa. Al final (pero al final, final...) hemos llegado a la parada. Se me ha escapado una ovación al conductor: no por haber llegado a la parada sino por haberlo hecho en el mismo día en el que inició el viaje. Y, claro, el reloj que aunque viaja en el autobús conmigo no lo hace a la misma velocidad que el autobús, marcaba casi la hora de la cita. He puesto mis piernas a andar lo más rápido posible. Me vuelvo a dar cuenta de lo oxidada que estoy, creo que mañana tendré agujetas de las carreras de hoy... Y ahí estoy. Cinco minutos antes de la hora en cuestión. Sin aire pero a tiempo. Miro a mi alrededor y veo multitud de gente esperando igual que yo. Poco a poco va llegando más gente. Algunos son los esperados, que se van emparejando con los que esperan y van dejando sitio a otros nuevos "esperadores". Poco a poco todos se van emparejando... todos menos yo. Me empiezo a sentir como la más fea en un baile de fin de curso norteamericano. Y en ese momento me asalta la temida duda: ¿me habré equivocado de hora? ¿me habré equivocado de sitio? Mi manía de confiar en la memoria. Tenía que haberlo apuntado. Y a mi alrededor las sonrisas de aquellos que se emparejan. Y en mi interior cada vez aumenta más la duda. De repente suena el móvil. Seguro que es para preguntar dónde estoy porque me están esperando en otro sitio... Pues no. Estoy en el sitio adecuado. Es la parte a la que espero la que no lo está. Es más, no lo va a estar en unos... quince minutos. Hay atasco. Siempre hay atasco pero debería darse prioridad en los atascos a la gente a la que se está esperando. Y me siento ya como parte del decorado. La gente me empieza a asociar con el sitio que ocupo. Se creen que siempre he estado ahí. Y se acercan y me preguntan cómo llegar a sitios, me preguntan la hora, me dan propaganda, me piden dinero... algunos hasta me empujan. Esos no se han dado cuenta de que ahora formo parte del decorado. Y espero, y espero, y me da tiempo a mirar las pintas de algunos, a enterarme de las discusiones de otros, a alegrarme de que aquellos se hayan reunido después de tanto tiempo sin verse, a ver pasar la excursión de extranjeros (qué bien se lo están pasando, qué borrachos van para ser la hora que es)... Y al fin la recompensa. Al fin ha llegado. Y la alegría que me embarga es la misma que he estado observando en los anteriores emparejados. Quizás es que al final siempre llega alguien tarde y su llegada marca el fin de la espera y es lo que da la nota de alegría...
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2 comentarios:
¿Pero está bueno o no está bueno? jo, tanta espera para quedaros sin saber.
Parece un relato de Wenceslao Fernández Flórez.
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